lunes, 20 de febrero de 2012

Todo empezó mucho antes..La muy secreta historia de colon


Como iba diciendo, la muy secreta historia de Cristóbal Colón empieza hacia el año del Señor de 1476 y en tierras portuguesas. El Destino, implacable, va empujando a un joven Colón que apenas cuenta veinticinco años de edad...

El 13 de agosto de ese año, Colón viaja como marinero en uno de los barcos propiedad de los Spínola y Di Negro. Transporta especias desde la isla de Chíos a Flandes. Pero la flota es sorprendida por la marina francesa. Los genoveses luchan y Colón resulta herido. Salta al agua y consigue nadar hasta las costas de Lagos, al sur de Portugal, con la ayuda de un remo que había quedado flotando. Allí es curado y Colón parte hacia Lisboa. El joven genovés permanecería en Portugal durante nueve años. Nueve largos años en los que el Destino, como digo, lo prepararía para la historia de todos conocida..., y «algo» más.

Escasa experiencia en la mar 
La mayor parte de los americanistas coinciden: Colón, en esas fechas, carecía de experiencia náutica. Procedía de una familia humilde. Su padre era tejedor y comerciante. Colón, en realidad, se ocupaba de los negocios familiares. A los veintidós años era todavía un cardador en Génova, una ciudad medieval como tantas. Y pudo ser ahí donde arrancó en un nuevo oficio: el de marinero. Colón, quizá (no hay datos fiables al respecto), se inició en el comercio marítimo en los pequeños barcos de vela existentes entre Génova y Savona. Probablemente comerció con vinos, tejidos, quesos y algodón. Después, hacia 1471, Colón se embarca en un navío propiedad del rey René de Provenza. Y navega hasta Chíos, uno de los centros en el comercio de especias. Poco a poco se familiariza con el mundo de los negocios en la mar y con los grandes potentados del momento: los Di Negro, los Spínola y, sobre todo, los Centurioni. y es en una de estas expediciones (1476) cuando el Destino, como digo, lo hace naufragar, y se instala en Portugal. Colón, en definitiva, no poseía otra ilustración que las primeras letras. Fue a raíz de su estancia en tierras portuguesas cuando empezó a leer y cultivarse.

La vocación marinero de Colón fue tardía y comenzó gracias a su actividad en el comercio marino entre ciudades mediterráneas.

En Lisboa, al parecer, se reúne con su hermano Bartolomé y trabaja como mercader de libros de estampa. Y es en la isla de Madeira donde entra en los negocios de compra de azúcar...

Una de las escasas imágenes de Felipa Moniz, esposa de Cristóbal Colón.


En esas fechas (muy probablemente en 1477, otros especialistas hablan de 1476) conoce a Felipa Moniz, una dama portuguesa de cierto linaje e hija de Bartolomé Perestrello, estrecho colaborador de Enrique el Navegante y gobernador de la isla de Porto Santo. Perestrello, al parecer, descendía de Piacenza, en la Lombardía, y había destacado -según Cá da Mosto- como excelente marino y mejor comerciante colonial. Colón se traslada a Porto Santo y se aloja en la casa de su suegra. Allí nace su primer hijo, Diego, que llegaría a ser virrey de las Américas (muy probablemente en 1478). Con posterioridad, Colón y Felipa se mudaron a Funchal, capital de la isla de Madeira. Y fue en estas islas portuguesas donde el Destino empezaría a trenzar una formidable historia. La historia secreta de Colón...


La familia

• Hay dudas, pero Cristóbal Colón pudo nacer entre el 25 de agosto y el 31 de octubre del año 1451, en la región de Génova (Italia). . Su abuelo paterno fue tejedor de lana en Moconesi, a unos treinta kilómetros al este de Génova.

• Domenico Colombo, su padre, fue igualmente tejedor en la región genovesa de Quiuto. En 1440 vivía en las proximidades de Porta dell'Olivella (Génova). Contrae matrimonio en 1445 con Susana Fontanarossa, hija igualmente de un tejedor. En la Casa de Porta dell'Olivella nace Colón. Sus hermanos mayores mueren prematuramente.

• Hacia 1453 nace su hermano Bartolomé. El último de los hermanos de Cristóbal viene al mundo en 1468, cuando Colón contaba ya diecisiete años de edad. Su nombre era Jaime (identificado como Diego por los españoles).

• En 1470, Doménico Colombo se traslada a Savona. La familia se aventura en otros negocios. Colón, el mayor de los hijos, toma parte activa en la empresa familiar de compra y venta de vinos, tejidos, etc. A los veintidós años, Cristóbal vende la casa paterna de Porta dell'Olivella.

• Cristobal tenía los ojos azules. Era alto, con una nariz curva y «judía», tez morena y un rostro alargado. Encaneció a los treinta y uno o treinta y dos años. Su lenguaje era amigable y digno, según Hernando, su hijo y biógrafo.
 


  < Isla de Madeira, Colón empieza a escuchar extrañas historias...

Primeras y extrañas noticias Es muy probable que en esta isla de Porto Santo Colón escuchase por primera vez unas desconcertantes y excitantes noticias. Rumores y cuasi leyendas sobre la existencia de «otras tierras e islas, más allá de la mar Tenebrosa». Colón, ajeno a la gloria que le aguarda, se va interesando lentamente por estos avisos de los viejos marinos portugueses. Y la pasión por la mar vuelve a encenderse. Su hijo Hernando, años más tarde, dejaría constancia de estas importantes noticias en su obra Vida de lAlmirante.

Las gentes de Porto Santo, Madeira e, incluso, Azores, le contaron cómo los vientos de poniente arrojaban con frecuencia a las playas restos de árboles desconocidos en aquellas latitudes.
En una ocasión, la mar depositó en la isla de las Flores los cadáveres de dos hombres de caras muy anchas y aspecto distinto del de los europeos y africanos.

En esas fechas -hacia 1477-, en un viaje de negocios a la ciudad irlandesa de Galway, el propio Colón fue testigo de la presencia de un hombre y una mujer que habían llegado por mar y que en nada se parecían a los europeos. El genovés, al parecer, los tomó por chinos o hindúes, arribados a Irlanda por el occidente. Y así lo escribió en las notas que aparecen en los márgenes de la Historia rerum.
La semilla del gran proyecto estaba siendo sembrada en el corazón del genovés...

Y los avisos -decisivos, diría yo- siguieron llegando a oídos de Colón: al otro lado del Atlántico (entonces conocido como el mar Tenebroso) existían tierras y gentes. ¿Sería posible una navegación hacia el oeste?

Martín Vicente, piloto del rey portugués, habló igualmente con el cada vez más entusiasmado Colón, comunicándole que, navegando a 450 leguas al oeste del cabo de San Vicente, recogió un madero ingeniosamente labrado. Y dado que los vientos procedían de poniente, el marino dedujo que el tronco debía de haber navegado desde tierras existentes hacia el oeste.

               

< Imagen izquierda. Playas de Porto Santo. Colón recibe noticias de maderos labrados procedentes de poniente.

> Imagen derecha. La semilla del gran proyecto estaba siendo sembrada en el corazón del genovés.

También los pescadores del cabo de La Vela le pusieron al tanto de otra singular visión. No hacía mucho se habían cruzado con varias y enormes almadías. Todas disponían de casas de madera y eran gobernadas por gentes extrañas.

Pedro Correa, su cuñado, contribuiría -y de qué forma- a excitar los ánimos y la imaginación del genovés con otra noticia de parecido corte: él mismo fue testigo de la aparición en las playas de Porto Santo de otro madero labrado y de unas cañas tan gruesas que, de nudo a nudo, podían contener nueve garrafas de vino. Unas cañas nunca vistas en Europa y África. Unas cañas, con toda seguridad, empujadas por vientos y corrientes desde tierras ignoradas o, tal vez, desde la India, como había sentenciado Ptolomeo en el libro primero de su célebre Cosmografía.

Colón lo ve en Galway: gentes llegadas por mar, por el oeste. Gentes extrañas.

Los misteriosos papeles de Perestrello Esta oleada de avisos, en mi opinión, fue clave. Y la semilla del proyecto colombino empezó a germinar. Lentamente, casi sin querer, Cristóbal Colón se vio envuelto en una apasionante idea: «navegar hacia el este (Indias) por el oeste».

Y pudo ser este creciente entusiasmo de Colón lo que, con toda probabilidad, estimuló a su suegra a entregarle los escritos y cartas de marear de su marido, Bartolomé Perestrello, fallecido unos veinte años atrás. Estoy de acuerdo con mi maestro, el gran americanista Juan Manzano y Manzano: «Éstos fueron los primeros papeles de carácter geográfico que llegaron a manos de Colón.» Y el propio Hernando, su hijo, asegura que, con su lectura, su padre «se entusiasmó más».

En su estancia en las islas portuguesas, el joven Colón lee los papeles de su suegro. Al parecer, todo coincide.

Poco o nada sabemos sobre la naturaleza de estos misteriosos papeles de Perestrello. Lo que sí parece claro es que dicha información tuvo que coincidir con las narraciones de los marinos y pescadores lusitanos y castellanos. Era el segundo «aviso» del Destino...

Y Colón, según todos los indicios, puso manos a la obra. A partir de esos momentos empieza una auténtica preocupación por ilustrarse en los asuntos de la mar. Como ya he mencionado, el genovés era casi analfabeto en cuestiones marinas. No es cierto que estudiara Cosmografía en la universidad italiana de Pavía. Este dato, aportado por su hijo Hernando, es pura invención. Hernando, comprensiblemente, quiso dibujar la imagen de un Colón universitario, tan importante en aquellos tiempos. De ser cierto, el propio Colón lo habría citado en sus escritos. Por ejemplo, en la carta de 1501, dirigida a los Reyes Católicos y en la que refiere sus conocimientos: « abundosos en la marinería; de Astrología, lo que bastaba, y así de Aritmética y Geometría.» Es en Portugal, y por las razones ya expuestas, cuando Cristóbal Colón establece un contacto más íntimo con las obras de cosmografía. Pero no es suficiente. Estas informaciones -a decir de los expertos- no pudieron justificar la proverbial tozudez del futuro Almirante de la mar Océana. Tenía que haber algo más...

Porto Santo: escenario del gran secreto del Almirante.

  EXCLUSIVA
El piloto anónimo Y el Destino -sabiamente- lo llevó a Porto Santo. Y llamó con fuerza al corazón del inquieto genovés. Fue en esas fechas (alrededor de 1478 o 1479) cuando tuvo lugar el gran suceso de su vida. Un acontecimiento que cambiaría, bruscamente, el rumbo de la existencia de Cristóbal Colón. Un hecho que muy pocos conocieron y conocen. «.Algo» que se convertiría en su gran secreto y en su gran tragedia...

En ese tiempo, mientras Colón recibe las noticias sobre hombres extraños y maderos labrados procedentes del oeste, y casi simultáneamente a la entrega de los papeles de Perestrello, su suegro, una carabela arriba a las costas de Porto Santo. Es un navío casi desguazado, con una mermada tripulación. Son hombres enfermos y maltrechos. Al parecer, un piloto y cuatro o cinco tripulantes. ¿Castellanos? ¿Portugueses?

Cuatro o cinco hombres enfermos desembarcan en Porto Santo.

Y uno tras otro van muriendo. Colón, compasivo, se hace cargo del piloto y lo aloja en su casa. Mejor dicho, en la de su suegra. Y así, el increíble Destino cierra el círculo, poniendo en las manos de Colón una fascinante y decisiva historia.

No sabemos si por agradecimiento, quizá porque sabe que la muerte le ronda, pero la cuestión es que dicho piloto anónimo termina por narrar a Colón los detalles de su peripecia...

Navegando desde las costas africanas -probablemente en la región del golfo de Guinea-, la carabela, que transporta madera y alimentos, se ve sorprendida por una furiosa tormenta. Y los poderosos vientos alisios la desvían de su inicial derrota (presumiblemente hacia la península Ibérica o Inglaterra). Finalmente, la tripulación escapa del temporal y descubre con asombro que se encuentra en mitad de unas islas desconocidas.

El piloto anónimo muere en la casa donde reside Colón.

La sífilis Ellos no lo saben. Los vientos los han empujado hasta el Caribe. Y durante dos años (quizá 1476 y 1477) , estos hombres blancos y barbados navegan de isla en isla. Son bien acogidos por los naturales y se mezclan y conviven con ellos. Llegan a construir un pequeño fuerte y descubren oro. Y el prenauta o piloto desconocido va tomando notas de cuanto ve. Registra perfiles, ensenadas y montañas. Calcula leguas y distancias. Reseña marcas y referencias. Hasta que, un día, aquel paraíso se convierte en un infierno. La tripulación, carente de defensas, contrae una dolencia tan peligrosa como desconocida. Ellos no pueden saberlo: las bellezas taínas les han contagiado la Spirochaeta pallida, la temible sífilis. Una enfermedad nueva en Europa, trasladada por los navegantes y conquistadores españoles a partir de 1493. Una terrible dolencia que afectó también a Martín Alonso Pinzón y que es referida por fray Ramón Pané, Rodrigo Díaz de Isla, fray Bartolomé de las Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo. Mencionaré tan sólo uno de los testimonios. De las Casas, en su Apologética histórica, escribe al respecto: «...hice algunas veces diligencia en preguntar a los indios desta isla [La Española: actual República Dominicana] si era en ella muy antiguo este mal [de las bubas], y respondían que sí, antes que los cristianos a ella viniesen sin haber de su origen memoria, y desto ninguno debe dudar...»

Los vientos alisios empujan la carabela hasta el Caribe.

Y el dominico puntualiza: «Es cosa muy averiguada que todos los españoles incontinentes, que en esta isla no tuvieron la virtud de la castidad, fueron contaminados dellas, de ciento no se escapaba uno si no era cuando la otra parte nunca las había tenido; los indios, hombres y mujeres, que las tenían, eran muy poco dellas aflijidos, y cuasi no más que si tuvieran viruelas, pero a los españoles les eran los dolores dellas grande y continuo tormento, mayormente todo el tiempo que las bubas fuera no salían.»

Las bellezas taínas terminan con la vida de los navegantes anónimos.

Poco después, hacia 1495, la sífilis se extendió por Europa con gran rapidez, en especial por tierras italianas, por obra y gracia de los ejércitos franceses de Carlos VIII.

La larga estancia del piloto anónimo y de su gente entre las islas del Caribe terminó propiciando la evolución de las «bubas»(sífilis), y el mal, con toda probabilidad, pudo alcanzar la fase secundaria. Y los hombres blancos vieron con terror cómo sus cuerpos se cubrían de pústulas (erupción sifilítica), que provocaban fiebre, dolores intensísimos y una postración general. Fue el momento clave. El piloto anónimo, desesperado, tomó la decisión de regresar. Y en el penoso camino de vuelta muere el resto. Sólo unos pocos -agonizantes-llegan a divisar tierra. Y allí, cosas del Destino, está Cristóbal Colón...

Es muy posible que este retorno ocurriera, según los especialistas, entre los ya citados años 1478 y 1479. Colón podía hallarse en Porto Santo o, quizá, en Madeira. La cuestión es que, como digo, coincide con el desembarco del piloto anónimo. Y el Destino hace que dicho prenauta muera prácticamente en las manos del genovés. Y Colón, astuto y calculador, hace suyas confidencias, croquis, mapas y toda la información suministrada por el desdichado piloto anónimo.

   

< Imagen izquierda. Estatuilla precolombina en la que se aprecia la posible enfermendad de la sífilis.

> Imagen derecha. Posible ruta del piloto anónimo.

Es entonces, sólo entonces, cuando Colón, dueño y señor de la oportunísima revelación, se entusiasma definitivamente con la idea de alcanzar esas tierras ignoradas, y utiliza para ello el peligroso y desconocido camino de Occidente...

Denunciado en 1535 Esta asombrosa historia -guardada celosamente por el Almirante y de la que tuve noticias en los años setenta, en el referido convento de La Rábida- fue divulgada (yo diría que denunciada) por primera vez, en letra impresa, en el año 1535 y en la ciudad de Sevilla. Su autor: Gonzalo Fernández de Oviedo. En dicha fecha, y en la imprenta de Juan Cromberger, Fernández de Oviedo publicaba la primera parte de su Historia general y natural de las Indias. Pues bien, en el capítulo II del libro segundo, el cronista hace un exhaustivo relato de las peripecias del mencionado predescubridor. Hacía treinta años que Colón había muerto. En vida del genovés, al parecer, nadie se atrevió a semejante denuncia. Después, otros escritores de los siglos XVI y XVII se harían eco también de lo acaecido con el prenauta. Así lo cuentan López de Gómara, fray Bartolomé de las Casas -acérrimo defensor de la figura de Colón-, Baltasar Porreño y el doctor Gonzalo de Illescas, entre otros.


Testimonios sobre el piloto anónimo

Aunque los rumores sobre la existencia del prenauta corrían de boca en boca desde los inicios del descubrimiento «oficial» de América, sólo en 1535 se ponen por primera vez por escrito. He aquí una síntesis de los testimonios más destacados sobre la existencia de dicho piloto anónimo:

 Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés
Bajo el título Del origen e persona del almirante primero de las Indias, llamado Cristóbal Colón, e porqué vía o manera se movió al descubrimiento de ellas, según la opinión del vulgo, el cronista dice: «Quieren decir algunos que una carabela que desde España pasaba para Inglaterra cargada de mercadurías e bastimentos, así como vinos e otras cosas que para aquella isla se suelen cargar, de que ella caresce e tiene falta, acaesció que le sobrevinieron tales e tan forzosos tiempos, e tan contrarios, que hobo de necesidad de correr al Poniente tantos días, que reconosció una o más de las islas destas partes e Indias; e salió en tierra, e vido gente desnuda, de la manera que acá la hay; y que cesados los vientos, que contra su voluntad acá le trujeron, tomó agua y leña para volver a su primer camino. Dicen más: que la mayor parte de la carga que este navío traía eran bastimentos e cosas de comer, e vinos; y que así tuvieron con qué se sostener en tan largo viaje e trabajo; e que después le hizo tiempo a su propósito, y tornó a dar la vuelta, e tan favorable navegación le subcedió, que volvió a Europa, e fue a Portugal. Pero como el viaje fuese tan largo y enojoso, y en especial a los que con tanto temor e peligro forzados le hicieron, por presta que fuese la navegación, les duraría cuatro o cinco meses, o por ventura más, en venir acá e volver a donde he dicho. y en ese tiempo se murió cuasi toda la gente del navío, e no salieron en Portugal sino el piloto con tres o cuatro, o alguno más, de los marineros e todos ellos tan dolientes, que en breves dias después de llegados murieron.

»Dícese, junto con esto, que este piloto era muy íntimo de Cristóbal Colón, y que entendía alguna cosa de las alturas; y marcó aquella tierra que halló de la forma que es dicho, y en mucho secreto dio parte dello a Colón, e le rogó que le hiciese una carta y asentase en ella aquella tierra que había visto. Dícese que él le recogió en su casa, como amigo, y le hizo curar, porque también venía muy enfermo; pero que también se murió como los otros, e que así quedó informado Colón de la tierra e navegación destas partes, y en él solo se resumió este secreto. Unos dicen que este maestre o piloto era andaluz; otros le hacen portugués; otros vizcaíno; otros dicen que Colón estaba entonces en la isla de Madera, e otros quieren decir que en las de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho, y él haba, por esta forma, noticia desta tierra.

»Que esto pasase así o no, ninguno con verdad lo puede afirmar; pero aquesta novela así anda por el mundo, entre la vulgar gente, de la manera que es dicho. Para mí, yo le tengo por falso, e, como dice el Augustino: "Mejor es dubdar en lo que no sabemos que porfiar lo que no está determinado."»


 Francisco López de Gómara
Diecisiete años después de la publicación de la obra de Fernández de Oviedo, otro reconocido cronista, Francisco López de Gómara, refrescaba la aventura del intrépido prenauta en su Historia general de las Indias (Zaragoza, 1552). En el capítulo XIII, titulado «Del descubrimiento primero de las Indias», dice textualmente:


«Navegando una carabela por nuestro mar Océano tuvo tan forzoso viento de levante y tan continuo, que fue a parar en tierra no sabida ni puesta en el mapa o carta de marear. Volvió de allá en muchos más días que y cuando acá llegó no traía más de al piloto y a otros tres o cuatro marineros que, como venían enfermos de hambre y de trabajo, se murieron dentro de poco tiempo en el puerto. He aquí cómo se descubrí eran las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues acabó la vida sin gozar dellas y sin dejar, a lo menos sin haber memoria de cómo se llamaba, ni de dónde era, ni qué año las halló. Bien que no fue culpa suya, sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna. Y no me maravillo de las historias antiguas que cuenten hechos grandísimos por oscuros principios, pues no sabemos quién de poco acá halló las Indias, que tan señalada y nueva cosa es. Quedáramos siquiera el nombre de aquel piloto, pues todo con la muerte fenesce. Unos hacen andaluz a este piloto, que trataba en Canarias y en Madera cuando le acontesció aquella larga y mortal navegación; otros vizcaíno, que contrataba en Inglaterra y Francia; y otros portugués, que iba o venía de la Mina o India, lo cual cuadra mucho con el nombre que tomaron y tienen aquellas nuevas tierras. También hay quien diga que aportó la carabela a Portugal, y quien diga que a la Madera o a otra de las islas de los Azores; empero, ninguno afirma nada. Solamente concuerdan todos en que fallesció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escripturas de la carabela y la relación de todo aquel luengo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas.»

En este caso, la opinión de Cómara es contraria a la de Fernández de Oviedo. El que fuera capellán de Hernán Cortés sí cree en la realidad del piloto anónimo. Cabe, incluso, la posibilidad de que Gómara recibiera parte de la información de labios del propio Cortés que, como es sabido, vivió en Cuba. Allí, como veremos más adelante, los indios tenían memoria de unos hombres blancos y barbados que habían llegado a la región poco antes que Colón. Un testimonio confirmado igualmente por De las Casas.


 Fray Bartolomé de las Casas
Por último, he aquí la versión del dominico fray Bartolomé de las Casas, una de las máximas figuras de la historia de aquellos tiempos y encendido defensor de la obra y persona del Almirante de la mar Océana. Lejos de silenciar las noticias sobre el prenauta -que quizá pudieran eclipsar en parte el brillo de Colón-, De las Casas le dedica un generoso espacio en el capítulo XIV de su gran obra Historia de las Indias. He aquí el testimonio recogido por él mismo entre los primeros pobladores de La Española (actual República Dominicana): 

"... Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía), y que iba cargada de mercaderías para Flandes, o Inglaterra, o para los tractos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió. Que esto acaesciese así, algunos argumentos para demostrarlo hay: el uno es que a los que de aquellos tiempos somos venidos a los principios era común, como dije, tratarlo y platicarlo como por cosa cierta, lo cual creo que se derivaría de alguno o algunos que lo supiesen, o por ventura quien de la boca del mismo Almirante o en todo o en parte e por alguna palabra se lo oyese. El segundo es, que en otras cosas antiguas, de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento de la tierra y población de la isla de Cuba (como cuando della, si Dios quisiere, hablaremos, se dirá), fue una ésta: que los indios vecinos de aquella isla tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años; esto pudieron saber los indios vecinos de Cuba, porque como no diste más de diez y ocho leguas la una de la otra de punta a punta, cada día se comunicaban con sus barquillos y canoas, mayormente que Cuba sabemos, sin duda, que se pobló y poblaba desta Española.

»Que el dicho navío pudiese con tormenta deshecha (como la llaman los marineros y las suele hacer por estos mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo y sin faltarles las viandas y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse fácilmente perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre cien leguas, por pocas y bajas velas que lleve, entre día y noche, y a árbol seco, como dicen los marineros, que es sin velas, con sólo el viento que cogen las jarcias y masteles y el cuerpo de la nao, acaece andar en veinte y cuatro horas treinta y cuarenta y cincuenta leguas, mayormente habiendo grandes corrientes, como las hay por estas partes; y el mismo Almirante dice que en el viaje que descubrió a la tierra firme hacia Paria anduvo con poco viento, desde hora de misa hasta completas, sesenta y cinco leguas, por las grandes corrientes que lo llevaba; así que no fue maravilla que, en diez o quince días y quizá en más, aquéllos corriesen mil leguas, mayormente si el ímpetu del viento Boreal o Norte les tomó cerca o en paraje de Bretaña o de Inglaterra o de Flandes. Tampoco es de maravillar que así arrebatasen los vientos impetuosos aquel navío y lo llevasen por fuerza tantas leguas, por lo que cuenta Herodoto en su libro IV, que como Grino, rey de la isla de Thera, una de las Cíclades y del Archipiélago, recibiese un oráculo que fuese a poblar una ciudad en África, y África entonces no era cognoscida ni sabían dónde se era, los ansianos y gentes de Levante orientales, enviando a la isla de Creta, que ahora se nombra Candía, mensajeros que buscasen algunas personas que supiesen decir dónde caía la tierra de África hallaron un hombre que había por nombre Carabio, el cual dijo que con fuerza de viento había sido arrebatado y llevado a África y a una isla por nombre Platea, que estaba junto a ella...

»Así que, habiendo aquéllos descubierto por esta vía estas tierras, si así fue, tornándose para España vinieron a parar destrozados; sacados los que, por los grandes trabajos y hambres y enfermedades, murieron en el camino, los que restaron, que fueron pocos y enfermos, diz que vinieron a la isla de la Madera, donde también fenecieron todos. El piloto del dicho navío, o por amistad que antes tuviese con Cristóbal Colón, o porque como andaba solícito y curioso sobre este negocio, quiso inquirir délla causa y el lugar de donde venía, porque algo se le debía de traslucir por secreto que quisiesen los que venían tenerlo, mayormente viniendo todos tan maltrechos, o porque por piedad, de verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo quisiese, hobo, finalmente, de venir a ser curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual, en recognoscimiento de la amistad vieja o de aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir, descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido y diole los rumbos y caminos que había llevado y traído, por la carta del marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escripto.

»Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión; y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que diz que eficazmente movió como a cosa no dudosa a Cristóbal Colón.»

A estos testimonios principales habría que sumar los de otros cronistas e historiadores posteriores. Éste sería el caso de Luciano Cordeiro, Fructuoso, Fonseca, Astrana Marín, Francesco Gonzaga, Pedro de Mariz, Juan de Mariana, Feijoo, Esteban de Garibar y Rodrigo taro, entre otros. Todos, casi con seguridad, se inspiraron en las tres versiones iniciales. Y todos, curiosamente, coinciden en lo esencial: la existencia de un piloto anónimo y de una carabela que fue arrastrada por una tormenta hasta unas tierras desconocidas. Como aseguraba R. H. Tawney, las leyendas, en general, suelen ser tan ciertas en lo básico como falsas en los detalles...

Madeira. Todos los cronistas coinciden: el prenauta terminó su viaje en las islas de Portugal.

¿Fue Alonso Sánchez el prenauta? Está claro. Conforme profundizo en el conocimiento sobre el llamado predescubrimiento, mi corazón se inclina hacia la creencia de que esta tradición del prenauta fue cierta en lo sustancial y quizá exagerada y poco clara en los detalles. Como he mencionado, tanto Oviedo como Gómara y De las Casas se muestran coincidentes en el suceso aunque difieren en la derrota, nacionalidad del piloto y punto de arribo de la nave.

Respecto a la identidad del prenauta, mis averiguaciones no fueron concluyentes. En realidad, lo que se sabe o menciona en las crónicas no es definitivo. Para algunos, el piloto anónimo fue portugués o castellano. Quizá vizcaíno. Hablan, incluso, de un tal Sánchez. Veamos los testimonios más sobresalientes al respecto:

• El inca Garcilaso de la Vega identifica al prenauta como Alonso Sánchez, de Huelva. Así consta en sus Comentarios reales, escritos en 1609: «Fueron a parar a casa del famoso Christóval Colón, genovés, porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía cartas de marear. El cual los recibió con mucho amor y les hizo todo regalo, por saber cosas acaescidas en tan extraño y largo naufragio, como el que decían haber padecido. Y como llegaron tan descaecidos del trabajo pasado, por mucho que Colón les regaló, no pudieron volver en sí y murieron todos en su casa, dejándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte.» Todo esto -asegura Garcilaso- lo supo por su padre y éste, a su vez, por los compañeros de Colón.

Antes de morir. Colón escribió cuanto le había dicho el piloto anónimo. ¿Dónde se encuentran esos escritos y anotaciones? ¿Fueron destruidos por el Almirante?

• Vasconcellos escribe: «Su muerte [la de Alonso Sánchez] acaeció en casa de Cristóbal Colón, genovés y también piloto. Conociendo que se moría, le comunicó a éste su secreto, dándole relación por extenso de todo y dejándole en agradecimiento del hospedaje su carta de marear, en la que tenía marcada la tierra. Colón no echó en saco roto la nueva noticia de cosas tan grandes; reflexionó juiciosamente sobre los informes del finado y deseó adquirir fama y honra, haciéndose descubridor de alguna nueva parte del Mundo.»

•Henry Vignaud, por su parte, asegura: «Los sobrevivientes en número de tres, cuatro o cinco, entre los cuales se encontraba el piloto Sánchez, llegaron por fin a Madera, donde les dio asilo Colón, que habitaba en la isla. Agotados por las privaciones y las fatigas sufridas durante su penosa expedición, a la que se le asigna una duración de cuatro o cinco meses, y aún más, no tardaron en morir también. Pero su secreto no pereció con ellos. El piloto, que expiró en la misma casa de Colón, de quien se dice que era amigo, conmovido por los solícitos auxilios y cuidados que recibió y reconocido a las atenciones, le cedió todas las indicaciones que él había recogido sobre la situación de la isla casualmente descubierta y sobre el rumbo que había que tomar para ir a ella, indicaciones que fueron cuidadosamente consignadas por escrito.»

A partir de 1478 o 1479, el futuro Almirante se convierte en un obstinado defensor de la llamada "vía de Occidente", ¿Casualidad?

• En 1630, Pizarra y Orellana escribe en su obra Varones ilustres de Indias: "y fueron a parar en casa de Christóval Colón, genovés, porque supieron cuán gran marinero y cosmógrafo era. El buen Alonso dio cuenta a Colón de todo lo que había ocurrido a la ida ya la vuelta, y pormenores de la Isla que había descubierto, entregándole los documentos que en el viaje había redactado. Por esto y por lo que la ciencia que tenía alcanzaba, tuvo por sin duda que había otro Nuevo Mundo. Con lo cual, después de muerto Alonso Sánchez, que dio principio a tan grandes cosas, trató de ponerla en ejecución.»

• "Con motivo de esta tempestad -afirma Madre de Deus-, el piloto Sánchez, andaluz, según dicen algunos, o portugués, como quieren otros, tuvo la ventura de noticiar al Mundo antiguo la existencia del Nuevo: Informado por él, Cristóbal Colón (otro piloto genovés, domiciliado en la isla de Madeira, en cuya casa aquél se hospedara y muriera después de llegar allí enfermo y vencido), guiándose también por una carta náutica en la que el difunto había marcado la tierra incógnita, se transformó en héroe célebre con el Descubrimiento de América.»

Colón defendía una "absurda hipótesis"; navegar hacia el este, por el oeste.

Fray Joseph Torrubia insiste también en el nombre de Alonso Sánchez: «... Colón genovés, no ilustrado con divina revelación como quisieron algunos, recurriendo sin necesidad a providencia extraordinaria, sino instruido con las noticias ciertas que le dio un piloto de que había tierra a la otra parte del Océano, intentó su descubrimiento. El desgraciado Alonso Sánchez quedó en la región del olvido en una común sepultura de la isla de Madera, de que no hay memoria, después de habernos dado un Mundo entero. Yo admito y no puedo olvidar en su invención (aunque casual) una notable especie de heroicidad que se refunde en sus fieles observaciones.»

La vía de occidente A juzgar por este cúmulo de informaciones, lo que parece nítido es que, a partir de esos años [1478 o 1479], Colón se transforma. Y se convierte en un obstinado defensor de la llamada «vía de Occidente», el nuevo y desconocido camino hacia las Indias. Un camino hacia el este, por el oeste. Una obstinación que mantuvo siempre, contra todo y contra todos. Una tozudez, en definitiva, enraizada en la apropiación de algo que no era suyo...

Colón recibió información puntual sobre tierras, costas, minas y gentes.


Detalles de la secreta información ¿Y cuál fue esa secreta información? ¿Qué datos concretos pudo facilitarle el piloto anónimo? En opinión de los expertos, Colón recibió los siguientes, precisos y preciosos informes:

• Las leguas casi exactas (750) que separan Canarias de aquella otra isla a la que fue a parar la carabela y en la que el prenauta encontró oro.

• La existencia de un peligroso archipiélago, ubicado poco antes de la referida isla del oro. Un laberinto de arrecifes que Colón bautizó después del «descubrimiento» como la «entrada a las Indias» .

• En ese mismo archipiélago, otras dos islas muy particulares: una habitada por amazonas y la otra por feroces caníbales.

• Vientos y corrientes. Por un lado, los alisios que empujaron la carabela del prenauta desde la región del golfo de Guinea y, por otro, información específica sobre la importante corriente ecuatorial del norte.


• Y el piloto anónimo le habló también de los puntos exactos en los que halló sendas y ricas minas de oro. Ambas en la gran isla que situó a 750 leguas al oeste de las Canarias. El primer yacimiento al norte, en una región que los naturales llamaban Cibao. Un valle situado entre montañas, a cosa de veinte leguas de la costa. Lo reconocería fácilmente porque, en esas playas, se alza un promontorio muy peculiar.

• Allí, en Cibao, el piloto anónimo y su gente dejaron enterradas algunas balas de piedra.

• Y otra precisa e importante información: en ese valle vivía un rey al que llamaban Caona - boa, que significa «Señor de la Casa de Oro».

• La segunda e importante mina de oro se encontraba al sur de la isla. La distinguiría por unos profundos pozos que, en opinión del prenauta, no fueron excavados por los indios.

• Y Colón recibe una puntual información sobre las gentes que habitaban esas lejanas tierras. No son ni negros ni blancos, sino del color de los canarios. Van desnudos y navegan entre islas en canoas en las que caben hasta ochenta remeras.

En aquellas islas vivía un rey llamados el Señor de la Casa de Oro. (Isla de Madeira.)

• Y algo más al sur de la gran isla del oro, a cosa de cincuenta o setenta leguas, Colón podrá hallar otras tierras exuberantes, con gente vestida. Reconocerá el lugar por un bellísimo golfo en el que desembocan varios ríos. Y otro detalle clave: el encuentro de esos ríos con la mar provoca un fortísimo ruido.

• Más hacia el oeste -le sigue informando el prenauta- se alza otra isla igualmente rica en oro y que los naturales llaman «Saba» .

• Por último, el piloto anónimo facilita a Colón una información vital: el rumbo para el viaje de regreso. No debe retornar por donde ha llegado. Lo importante es navegar primero hacia el norte, evitando así los vientos alisios. Y marca la derrota que lo llevará hasta las Azores, Madeira o las costas portuguesas: NE. 1/4 E.
 

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